martes, 15 de noviembre de 2011

Baltimore's fireflies

A menudo trataba de medir lo inasequible, como por ejemplo, la claridad que era capaz de emitir una sola sonrisa. Ensanchaba los labios hasta la controversia,sin temblar, sin fingir y, aunque fuese tímida o malévola, desprendía un fulgor inigualable. Kilómetros y kilómetros de pensamientos centelleantes entorpecían el tráfico en mi cabeza. Porque ella era. Así, sin atributo, ya que ninguno le correspondía.
Tenía serias carencias en el ámbito artístico y sin embargo, grandes contribuciones al concepto de perfección. O al menos al mío. Me bloqueaba. Y solo algo realmente bueno y valioso, algo con poder incluso cuando desconoce que lo tiene ahí escondido, podía bloquearme.
Una noche salimos a cenar, la llevé a un precioso restaurante en el puerto. Me vestí como ella merecía, me afeité por primera vez en algunas semanas, también compré colonia. Y aunque de la colonia desistí en el último momento, le hice un regalo.
-¿Un ramo de petonias?- Me preguntó ella con desinterés.
-Creí que eran tu flores favoritas.
-Y lo son.
Me aturdió. Miré el ramo carísimo que tenía entre las manos y que ella no quería sin atreverme a preguntar el por qué. Pero ella se adelantó.
-No te molestes pero a las mujeres no nos gusta que nos regalen ramos de flores. A menos si vamos a salir. Podrías mandarlo por la mañana, cuando sabes que estoy en casa. Las pondría en agua. En cambio, si me las traes ahora, aquí en el restaurante tendré que cargar con ellas toda la noche. ¿Sabes cómo jode tener que llevar un ramo de flores en las manos? No podré cogerte de la mano, ni retocarme los labios... Y desde luego no puedes sacarme a bailar. Ni siquiera podremos ir a montárnoslo en el baño.
Sucedió. La primera cita y yo bloqueado, completamente fuera de combate, con la cara de perdedor pintada en cada palabra que pudiera soltar. Porque ella era. Así, sin atributo.

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