martes, 13 de diciembre de 2011

Sex on fire 9/13

SHARON: Me cuesta reconocer muchas cosas. Cosas como que siento miedo, que se querer y que hago daño a la gente como barrera. Lo del miedo seguramente sea porque ya he olvidado que es a excepción del miedo a no abandonarme en unas líneas o pastillas que me lleven a mundos artificiales porque prefiero el cartón piedra. Menos real, sí, y también más ameno. Se querer, aunque no lo parezca. Lástima que no recuerde como se hacia. 
Mirándome al espejo del pequeño cuarto perdido en los adentros subterráneos del bar me doy cuenta de cosas. Me miro atentamente mientras dejo salir el aire de un cigarrillo por mi nariz sin inmutarme. Me retiro el pelo hacia atrás y finjo estar bien, pero apenas aguanto unos segundos. Necesito algo más fuerte. Empiezo a ponerme nerviosa, como hace unos instantes y me veo incapaz de salir. 
He tenido tiempo para conseguir algo de ropa. Un jersey oscuro y amplio que deja uno de mis hombros al descubierto al igual que mi vientre y unos vaqueros también oscuros que marcan mis curvas haciéndolas si es posible, más atractivas. Busco desesperadamente en los bolsillos de mi pantalón y como sospechaba, no encuentro nada. Respiro profundamente pero los nervios se apoderan de mi. Me desespero y de pronto me cuesta cada vez más respirar. La habitación apenas iluminada por una bombilla amarilla se hace pequeña y en un acto reflejo abro el grifo llenando el lavamanos de agua para sumergir mi cabeza en el agua. 
Mi mente se tranquiliza. Ya no puedo oír mis gritos de auxilia en busca de sustento en forma de pastillas o varios. Recuerdo entonces que debo salir al escenario pero el agua me calma demasiado y empiezo a perder el conocimiento.


ROBERT: El público se enerva. Alzan sus copas gritando el nombre de Sharon. Como siempre hay más personas de las que en teoría caben, pero es irregularidad no es importante si el dinero puede maquillarla. Y el tiempo se para cuando de entre decenas y decenas de hombres borrachos y ansiosos de Sharon y otras tantas mujeres de Manhattan que se dejan caer por este bar logro ver un rostro angelical. Samanta. Nuestras miradas se cruzan pero ella parece no reaccionar. Su rostro perfecto se rompe y se asusta llevando su mano derecha sobre sus labios. 
En el mismo preciso momento había empezado a notar agua en mi espalda y el público enloquece. La gran Sharon irrumpe en la escena. Ella, que sin dejar que fallaran mis expectativas, aparece más fuerte que nunca. Lame mi cuello y lo muerde. Sam retrocede torpe chocándose con la gente que se encontraba a su alrededor. Las luces parpadean y la gente empieza a saltar. Tras varios cambios de luz la pierdo entre la multitud y me siento más culpable aún si cabe. Sharon le pregunta al público si esta necesitado de rock and roll y ella ante el grito positivo se lo da, porque es lo único que sabe hacer. Se quita el jersey y lo lanza al público. Cierra los ojos y empieza a cantar con una voz seductora y desgarrada que hipnotiza. En un movimiento rápido retira todo su pelo hacia un lado y poco a poco se cae encima de su rostro. Baja su torso con fuerza simulando tocar una guitarra mientras canto repartiendo mi vista en rápidos movimientos hacia Sharon y el público en busca de Samanta.

Hay rumores en New York. Manhattan arde en llamas y entre estas se acaba de calcinar un ángel de cabellera rubia. Numerosas fuentes señalan a la vocalista de un conjunto rockero, famoso en Lower East Side, como la causante del incendio. Las masas agitadas hacen de sus gritos un juicio popular, que en conflictos urbanos jamás se puede evitar. Pero nadie culpa a Sharon Maslow porque todo lo que les atrae de ella es precisamente lo que les daña y el deseo supera al dolor si este último es la vía para llegar a satisfacer el primero. 

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